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Libre y blanca
EIVISSA. VICENTE VALERO
Blanca por la cal que Santiago Rusiñol comparó, describiendo sus diferentes matices, con la blancura del nácar, de la espuma, del cisne, de la nieve... Desde entonces (1913), la isla es blanca por excelencia: reclamo publicitario esencial, fácil y exitoso. Pero, ¿por qué también "libre"? ¿Desde cuándo y por qué este adjetivo se asocia también a la isla?
Podría pensarse que los responsables de esta asociación fueron los hippies, en los años sesenta, para quienes la palabra "libertad", como sabemos, era una palabra mágica, el "ábrete sésamo" de todos los misterios: el acceso a todos los tesoros ocultos. (Y aquí es necesario señalar cómo la moda Adlib, heredera circunstancial de la supuesta indumentaria hippie, contiene el sentido pleno de ambos adjetivos: libre y blanca.)
El caso es que ya en los años treinta, en los inicios del mito internacional de la isla, ya se encuentra la palabra "libre" asociada a la experiencia turística de Eivissa. Nos lo recuerda Joan Buades en su reciente libro `On brilla el sol. Turisme a Balears abans del Boom´. Para ello, Buades nos remite a Thomas Schlichtkrull, de quien ya hemos hablado aquí otras veces, un inquieto profesor de idiomas preocupado por el desarrollo turístico de nuestra isla.
En un artículo publicado en Diario de Ibiza, el 2 de junio de 1932, Thomas Schlichtkrull escribe: "Cualquiera que ha estado aquí y aunque sean solamente unos días, se despide dejando verdaderos amigos. No hay duda, en casi ningún sitio el visitante disfruta de tanta libertad, tanta independencia individual como en Ibiza". En resumen: si la "blancura" de la isla es una percepción objetiva, la sensación de "libertad" y de "independencia individual" es una experiencia puramente subjetiva, compleja y difícil de explicar. Pero ambas tienen ya, como se ve, una larga y exitosa historia.
Esta sensación de libertad e independencia que los viajeros dicen percibir en Eivissa no deja de tener su misterio. Aunque tenga que ver con sus paisajes abiertos y sus horizontes marinos, o con la proverbial tolerancia de sus habitantes, o incluso, para algunos, con las posibles confluencias astrológicas de la isla, hay en el fondo de esta sensación de libertad un deseo previo de independencia, una búsqueda y una sed del viajero. Sed que sólo el agua insular parece poder saciar, siguiendo los viejos mitos universales de las islas, ya que todo aquel que, alguna vez, ha llegado a una isla, tiene algo de náufrago.
Por eso el náufrago continental celebra la llegada a una isla, donde por fin va a poder (se supone) llevar una vida diferente. Así lo describió Walter Benjamin, también en junio de 1932 (como Schlichtkrull), en su texto `No olvides lo mejor´, una especie de autorretrato en Eivissa: "Lo primero fue que dejó de usar reloj. Comenzó a practicar el llegar tarde y se sentaba a esperar cuando el otro ya se había ido. Rara vez encontraba lo que necesitaba y si tenía que hacer orden en un lugar, aumentaba proporcionalmente el desorden en otra parte (...) Le sucedía igual que a los niños que en todas partes encuentran cosas olvidadas que tenían escondidas en los bolsillos, en la arena, en un cajón. Lo visitaban amigos cuando menos había pensado en ellos y más los necesitaba, y los regalos de estos, que no eran valiosos, le llegaban en momentos tan oportunos como si tuviera el destino en sus manos".
Es posible que el mito de Eivissa consista solamente en esto: un espejismo de libertad absoluta. Se cumple cada vez que un viajero celebra tener, por unos días, por unos meses, por unos años, "el destino en sus manos".
EIVISSA. VICENTE VALERO
Blanca por la cal que Santiago Rusiñol comparó, describiendo sus diferentes matices, con la blancura del nácar, de la espuma, del cisne, de la nieve... Desde entonces (1913), la isla es blanca por excelencia: reclamo publicitario esencial, fácil y exitoso. Pero, ¿por qué también "libre"? ¿Desde cuándo y por qué este adjetivo se asocia también a la isla?
Podría pensarse que los responsables de esta asociación fueron los hippies, en los años sesenta, para quienes la palabra "libertad", como sabemos, era una palabra mágica, el "ábrete sésamo" de todos los misterios: el acceso a todos los tesoros ocultos. (Y aquí es necesario señalar cómo la moda Adlib, heredera circunstancial de la supuesta indumentaria hippie, contiene el sentido pleno de ambos adjetivos: libre y blanca.)
El caso es que ya en los años treinta, en los inicios del mito internacional de la isla, ya se encuentra la palabra "libre" asociada a la experiencia turística de Eivissa. Nos lo recuerda Joan Buades en su reciente libro `On brilla el sol. Turisme a Balears abans del Boom´. Para ello, Buades nos remite a Thomas Schlichtkrull, de quien ya hemos hablado aquí otras veces, un inquieto profesor de idiomas preocupado por el desarrollo turístico de nuestra isla.
En un artículo publicado en Diario de Ibiza, el 2 de junio de 1932, Thomas Schlichtkrull escribe: "Cualquiera que ha estado aquí y aunque sean solamente unos días, se despide dejando verdaderos amigos. No hay duda, en casi ningún sitio el visitante disfruta de tanta libertad, tanta independencia individual como en Ibiza". En resumen: si la "blancura" de la isla es una percepción objetiva, la sensación de "libertad" y de "independencia individual" es una experiencia puramente subjetiva, compleja y difícil de explicar. Pero ambas tienen ya, como se ve, una larga y exitosa historia.
Esta sensación de libertad e independencia que los viajeros dicen percibir en Eivissa no deja de tener su misterio. Aunque tenga que ver con sus paisajes abiertos y sus horizontes marinos, o con la proverbial tolerancia de sus habitantes, o incluso, para algunos, con las posibles confluencias astrológicas de la isla, hay en el fondo de esta sensación de libertad un deseo previo de independencia, una búsqueda y una sed del viajero. Sed que sólo el agua insular parece poder saciar, siguiendo los viejos mitos universales de las islas, ya que todo aquel que, alguna vez, ha llegado a una isla, tiene algo de náufrago.
Por eso el náufrago continental celebra la llegada a una isla, donde por fin va a poder (se supone) llevar una vida diferente. Así lo describió Walter Benjamin, también en junio de 1932 (como Schlichtkrull), en su texto `No olvides lo mejor´, una especie de autorretrato en Eivissa: "Lo primero fue que dejó de usar reloj. Comenzó a practicar el llegar tarde y se sentaba a esperar cuando el otro ya se había ido. Rara vez encontraba lo que necesitaba y si tenía que hacer orden en un lugar, aumentaba proporcionalmente el desorden en otra parte (...) Le sucedía igual que a los niños que en todas partes encuentran cosas olvidadas que tenían escondidas en los bolsillos, en la arena, en un cajón. Lo visitaban amigos cuando menos había pensado en ellos y más los necesitaba, y los regalos de estos, que no eran valiosos, le llegaban en momentos tan oportunos como si tuviera el destino en sus manos".
Es posible que el mito de Eivissa consista solamente en esto: un espejismo de libertad absoluta. Se cumple cada vez que un viajero celebra tener, por unos días, por unos meses, por unos años, "el destino en sus manos".