Ibiza, paraíso de los intelectuales

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Ibiza, paraíso de los intelectuales
Walter Benjamin y Albert Camus, Sorolla y Esteban Vicente, Rafael Azcona y el matrimonio Aldecoa o Jorge Guillén han sido algunos de los enamorados de la isla balear en la que soñaron la libertad
TEXTO: IÑAKI ESTEBAN / FOTOS: SUR / MADRID

IBIZA ha sido el nombre que se ha dado a una utopía basada en la luz, la libertad, el sexo, la creación y la holgazanería. Desde Walter Benjamin a Albert Camus, y de Rafael Alberti a Ignacio y Josefina Aldecoa, artistas de toda calaña buscaron en la isla un aislamiento que les hiciera impermeables a la mediocridad.

Algunos encontraron lo que buscaban, al menos durante algún tiempo. Otros salieron escaldados, como el propio Benjamin, a quien los lugareños llegaron a llamar 'El Miserable'. O como Émile Cioran, que recién llegado decía que su gran error había sido vivir lejos del Mediterráneo, y terminó odiando el sol, el viento y el mar, elementos todos que agravaban sus males nerviosos, estomacales y hepáticos.

El escritor ibicenco Vicente Valero acaba de publicar un fascinante libro sobre la isla y sus más ilustres y desastrados moradores, titulado 'Viajeros contemporáneos. Ibiza, siglo XX' (Pre-textos). En él repasa la densa vida intelectual de su tierra, destino de visionarios, libertinos, progres, 'hippies' y 'deejays' en busca de hordas a las que embaucar.

Según Valero, el «mito internacional de Ibiza» se formó en los años treinta, sustentado en la «búsqueda de un modo de vida antiburgués, en los precios bajísimos y en la tolerancia o indiferencia de los campesinos ante la bigamia o la homosexualidad».

El fotógrafo dadaísta Raoul Hausmann llegó en esa época con su mujer, Hedwig Mankiewitz, y su modelo y amante, Vera Broïdo. El casero ibicenco sólo les pidió que no salieran desnudos fuera de la casa, lo que ya había sucedido con otros inquilinos de su clase.

Blasco Ibáñez, que estuvo en la isla a principios de siglo, pintó Ibiza en su novela 'Los muertos mandan' como un lugar arcaico donde el visitante se sentía amenazado por individuos armados con pistolas y navajas, lleno de curas reaccionarios y muchachas casaderas que se exponían ante la mirada de los solteros como monos de feria.

Sin agua ni luz

Los intelectuales extranjeros vieron «autenticidad» en la gente y el paisaje, con casas sencillas a las que no llegaba el agua ni la electricidad. «Sentían hostilidad hacia lo burgués y atracción por lo primitivo de la isla», remarca Valero.

Según Josep Pla, «a Ibiza hay que llegar por mar». En el barco se empezaban a hacer amistades. Y en el puerto, durante la década de los setenta, esperaba a los pasajeros Ernesto Eherenfeld, marchante de arte y superviviente de los campos n a z i s, que ofrecía dibujos y pinturas a los que bajaban por la escalera. Sólo sus amigos sabían que entre los pasajeros intentaba reconocer la cara de alguno de los siervos de Hitler que nunca pudo olvidar.

Las actuales glorias literarias de los Países Bajos, Cees Noteboom, Hugo Claus y Harry Mulisch, pasaron temporadas en la isla, igual que los cineastas Orson Welles, Roman Polanski y Barbet Schroeder. Poetas como Jorge Guillén, Claudio Rodríguez, Francisco Brines y Antonio Colinas han sido habituales de Ibiza, lo mismo que los pintores Joaquín Sorolla, Esteban Vicente, Canogar, Mompó y Genovés, sin olvidar a los fotógrafos Ortiz Echagüe, Gisèle Freund y Man Ray.

Un joven escritor español, Fernando-Guillermo de Castro, descubrió Ibiza en 1956. El verano siguiente se llevó a su amigo Rafael Azcona, el histórico guionista del cine español, y pronto se unieron Josefina e Ignacio Aldecoa. Todos ellos buscaban el cosmopolitismo del que carecía la capital, y algunos, como escribió Rafael Azcona en su novela 'Los europeos', también ansiaban la libertad sexual de la que hacían gala las jóvenes extranjeras que residían en la isla.

Al fundador del dadaísmo, Tristan Tzara, se le solía ver en Ibiza en los años cincuenta con una copa de champán, un cigarro francés y una muchacha nórdica al lado. Se llamaba Ulla, era treinta años menor que el activista cultural e hija de uno de sus amigos de París.

«Idea de lentitud»

En el verano de 1935 llegaron Albert Camus, con 22 años, y su mujer, Simone Hié, una sofisticada argelina adicta a la morfina, de la que se había quedado enganchada al tomar esta droga para evitar los dolores de la menstruación. Camus, autor de 'El extranjero', admiraba «la idea de lentitud», la vida tranquila de los ibicencos sentados en las terrazas de los cafés.

El gran protagonista del libro de Valero es el filósofo berlinés Walter Benjamin, el autor de las 'Iluminaciones'. Disfrutó del sol y los baños, probó el hachís y el opio, llegó con la familia Noeggerath y se enfadó con ellos, se enamoró de una pintora holandesa, que le abandonó, y terminó con malaria y una herida en una pierna. «Las utopías suelen convertirse en una trampa», concluye Valero.
 
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