McRackin
Super Moderator
Sobredosis de discotecas
Lo de las discotecas se nos ha ido de las manos. Reconozcámoslo. Lo que debía ser un negocio más de nuestra industria turística, un elemento más del amplio abanico de las empresas de este sector -pero sólo uno más-, ha acabado convirtiéndose en la médula espinal de la identidad de Ibiza. Nuestra isla, vista desde el exterior, ya no es lo que era hasta hace sólo una o dos décadas (un conjunto de atractivos múltiples y variados), sino que es, lisa y llanamente, una gran discoteca al aire libre. Nada más.
Empezando por la misma llegada al aeropuerto -en que la tarjeta de presentación de la isla es un puesto de reparto de publicidad de una discoteca-, pasando por la carretera de acceso a la ciudad, forrada de vallas publicitarias de discotecas, y terminando en la playa, con repartidores de flyers y avionetas arrastrando pancartas de la próxima party, toda la isla, de punta a punta, es una gran rave.
Esto, por sí solo, no supondría un problema especialmente grave si no fuera porque una parte de estos negocios, además de invadir todos los ámbitos de la vida estival y apropiarse de toda la imagen exterior que tiene la isla, han degenerado a lo largo de los años en una especie de supermercado de la droga y de foco difusor de todo tipo de obscenidades tanto en su interior como en la vía pública.
Lo que muestran los reportajes televisivos año tras año no sólo no es exagerado, sino que es una pequeña parte de lo que realmente ocurre en esta isla, nos guste o no. A la hora de escribir estas líneas ya son seis los muertos por drogas en este verano ibicenco tan repleto de glamour, de libertad y de colorido como lo presentan también los responsables del tinglado narco-turístico-empresarial. Este índice no lo supera ningún otro lugar turístico de España, y eso son cifras reales, muertos con nombres y apellidos. Y no incluyen los muertos de las carreteras que ocasionan también las drogas de esas discotecas. Así que el PP y otros hipócritas pueden dejar de lloriquear cuando ven uno de esos reportajes en la televisión, pues no son sino el espejo de lo que ellos mismos, con su absoluto pasotismo, desencadenaron cuando tocaba tomar alguna elemental medida de precaución y control. Lejos de ello, las autoridades insulares de los años ochenta y noventa toleraron en Ibiza el narcoturismo, el gamberrismo y la entrega de la delicada joya que era esta isla a la más baja estofa social, a una legión de mafiosos y a matones buscados por la Interpol que encontraron aquí amparo. Sin embargo, la responsabilidad no es sólo de los políticos; hay una culpa colectiva. Al igual que un paciente anestesiado observa sin inmutarse cómo su cuerpo es abierto en canal, cómo los bisturíes cortan sus vísceras y cómo se hurga en su interior, sin sufrimiento alguno, así también el ibicenco se ha acostumbrado a observar, en estado de total adormecimiento, sin sentir ni padecer, cómo le trituran su propia tierra y humillan su identidad. Nos lo hemos buscado. Quien siembra vientos, recoge tempestades.
Y es que, en cualquier lugar del mundo civilizado, una discoteca en la que constara el consumo habitual de drogas, en la que hubiera incluso esnifaderos de cocaína y, como consecuencia de ello, se hubiera producido además la muerte de personas, no sólo estaría cerrada de forma definitiva, sino que su dueño habría ingresado ya en la cárcel. Hoy no existe en Ibiza y Formentera ningún ámbito ni lugar donde se produzca un tráfico de estupefacientes tan intenso como en torno a las discotecas, ni siquiera en sa Penya. Los informes policiales redactados durante los últimos años son tan estremecedores como indignantes y llevan a formularse una pregunta: ¿Cómo es posible que los responsables de esos locales no hayan sido siquiera denunciados ante la Fiscalía? Lejos de ello, aparecen sonriendo con sus rostros bronceados y rodeados de gente fashion en las fotos del papel couché.
¿Cómo desembarazarnos ahora de la humillación que sufrimos cada verano ante todos los hogares de Europa? Un avance, al menos, se ha producido este último año: la toma de conciencia de que esto no puede continuar así y la adopción de las primeras medidas para corregir esta sobredosis de discoteca. La prohibición de los after-hours era un primer paso necesario y la clausura de las narcodiscotecas más descaradas, también, aunque hace falta actuar aún con más contundencia en este aspecto.
Para rectificar la situación heredada de años y años de complicidad política y social con el desmadre turístico hace falta más. Restablecer un ambiente turístico normal en un lugar que ahora es sencillamente un manicomio no será nada fácil. Por ello será preciso contar con la ayuda de los empresarios legales de la noche y además algo a lo que los ibicencos somos poco proclives: el acuerdo general sobre un conjunto de medidas precisas. Una comisión, una mesa, un consorcio o como se llame, pero que englobe a toda la sociedad ibicenca, liderada por sus instituciones públicas, debe coger el toro por los cuernos, ensuciarse las manos a fondo y adoptar las medidas que sean necesarias para que podamos ser, sencillamente, un lugar con dignidad. Caiga quien caiga.
Podemos hacerlo. Es cierto que la situación ha arraigado más de lo deseable y que, por increíble que parezca, tiene incluso sus defensores. Suele suceder. Pero si quienes toman decisiones, quienes mandan y quienes influyen se mantienen unidos, a buen seguro recuperaremos el orgullo de pertenecer a esta isla. Vale la pena intentarlo.
( http://www.diariodeibiza.es/seccion...inion-Sobredosis-discotecas-Joan-Lluis-FERRER )
Lo de las discotecas se nos ha ido de las manos. Reconozcámoslo. Lo que debía ser un negocio más de nuestra industria turística, un elemento más del amplio abanico de las empresas de este sector -pero sólo uno más-, ha acabado convirtiéndose en la médula espinal de la identidad de Ibiza. Nuestra isla, vista desde el exterior, ya no es lo que era hasta hace sólo una o dos décadas (un conjunto de atractivos múltiples y variados), sino que es, lisa y llanamente, una gran discoteca al aire libre. Nada más.
Empezando por la misma llegada al aeropuerto -en que la tarjeta de presentación de la isla es un puesto de reparto de publicidad de una discoteca-, pasando por la carretera de acceso a la ciudad, forrada de vallas publicitarias de discotecas, y terminando en la playa, con repartidores de flyers y avionetas arrastrando pancartas de la próxima party, toda la isla, de punta a punta, es una gran rave.
Esto, por sí solo, no supondría un problema especialmente grave si no fuera porque una parte de estos negocios, además de invadir todos los ámbitos de la vida estival y apropiarse de toda la imagen exterior que tiene la isla, han degenerado a lo largo de los años en una especie de supermercado de la droga y de foco difusor de todo tipo de obscenidades tanto en su interior como en la vía pública.
Lo que muestran los reportajes televisivos año tras año no sólo no es exagerado, sino que es una pequeña parte de lo que realmente ocurre en esta isla, nos guste o no. A la hora de escribir estas líneas ya son seis los muertos por drogas en este verano ibicenco tan repleto de glamour, de libertad y de colorido como lo presentan también los responsables del tinglado narco-turístico-empresarial. Este índice no lo supera ningún otro lugar turístico de España, y eso son cifras reales, muertos con nombres y apellidos. Y no incluyen los muertos de las carreteras que ocasionan también las drogas de esas discotecas. Así que el PP y otros hipócritas pueden dejar de lloriquear cuando ven uno de esos reportajes en la televisión, pues no son sino el espejo de lo que ellos mismos, con su absoluto pasotismo, desencadenaron cuando tocaba tomar alguna elemental medida de precaución y control. Lejos de ello, las autoridades insulares de los años ochenta y noventa toleraron en Ibiza el narcoturismo, el gamberrismo y la entrega de la delicada joya que era esta isla a la más baja estofa social, a una legión de mafiosos y a matones buscados por la Interpol que encontraron aquí amparo. Sin embargo, la responsabilidad no es sólo de los políticos; hay una culpa colectiva. Al igual que un paciente anestesiado observa sin inmutarse cómo su cuerpo es abierto en canal, cómo los bisturíes cortan sus vísceras y cómo se hurga en su interior, sin sufrimiento alguno, así también el ibicenco se ha acostumbrado a observar, en estado de total adormecimiento, sin sentir ni padecer, cómo le trituran su propia tierra y humillan su identidad. Nos lo hemos buscado. Quien siembra vientos, recoge tempestades.
Y es que, en cualquier lugar del mundo civilizado, una discoteca en la que constara el consumo habitual de drogas, en la que hubiera incluso esnifaderos de cocaína y, como consecuencia de ello, se hubiera producido además la muerte de personas, no sólo estaría cerrada de forma definitiva, sino que su dueño habría ingresado ya en la cárcel. Hoy no existe en Ibiza y Formentera ningún ámbito ni lugar donde se produzca un tráfico de estupefacientes tan intenso como en torno a las discotecas, ni siquiera en sa Penya. Los informes policiales redactados durante los últimos años son tan estremecedores como indignantes y llevan a formularse una pregunta: ¿Cómo es posible que los responsables de esos locales no hayan sido siquiera denunciados ante la Fiscalía? Lejos de ello, aparecen sonriendo con sus rostros bronceados y rodeados de gente fashion en las fotos del papel couché.
¿Cómo desembarazarnos ahora de la humillación que sufrimos cada verano ante todos los hogares de Europa? Un avance, al menos, se ha producido este último año: la toma de conciencia de que esto no puede continuar así y la adopción de las primeras medidas para corregir esta sobredosis de discoteca. La prohibición de los after-hours era un primer paso necesario y la clausura de las narcodiscotecas más descaradas, también, aunque hace falta actuar aún con más contundencia en este aspecto.
Para rectificar la situación heredada de años y años de complicidad política y social con el desmadre turístico hace falta más. Restablecer un ambiente turístico normal en un lugar que ahora es sencillamente un manicomio no será nada fácil. Por ello será preciso contar con la ayuda de los empresarios legales de la noche y además algo a lo que los ibicencos somos poco proclives: el acuerdo general sobre un conjunto de medidas precisas. Una comisión, una mesa, un consorcio o como se llame, pero que englobe a toda la sociedad ibicenca, liderada por sus instituciones públicas, debe coger el toro por los cuernos, ensuciarse las manos a fondo y adoptar las medidas que sean necesarias para que podamos ser, sencillamente, un lugar con dignidad. Caiga quien caiga.
Podemos hacerlo. Es cierto que la situación ha arraigado más de lo deseable y que, por increíble que parezca, tiene incluso sus defensores. Suele suceder. Pero si quienes toman decisiones, quienes mandan y quienes influyen se mantienen unidos, a buen seguro recuperaremos el orgullo de pertenecer a esta isla. Vale la pena intentarlo.
( http://www.diariodeibiza.es/seccion...inion-Sobredosis-discotecas-Joan-Lluis-FERRER )